EL SON NO SE FUE DE CUBA, LA LÍRICA SÍ

Por Andrés Pascual Hay una canción con la que yo no concuerdo, “El son se fue de Cuba”, porque no es verdad: malherido sí; olvidado en...

Por Andrés Pascual
Hay una canción con la que yo no concuerdo, “El son se fue de Cuba”, porque no es verdad: malherido sí; olvidado en su mejor expresión, también; sin contribuciones dignas de la modernidad musical desde hace más de 40 años ni hablar… pero no se fue, porque la mayoría de los exponentes del género han muerto en la Isla y los clásicos no están prohibidos (Celia Cruz no es sonera, sino guarachera y Olga bolerista), en definitiva, el ritmo ha malvivivido… todavía.
Tampoco se puede promover a la parte de la música nacional que estuvo prohibida por más de 50 años, como símbolo de la tragedia interna de abandono y relativa censura que ha sufrido “lo más sublime para el alma divertir”, sería un error…
¿Que lo odian porque no se hizo dentro del período “robolucionario”? nadie lo duda, pero ¿Qué se ha hecho musicalmente en estos 54 años, en un país habitado por zombies, donde nadie discurre decisiones que compliquen su integridad civil, más que asentirlo todo, bajar la cabeza y seguir uncido?
Lo que no se elucubró previo a 1959 no existe y las orquestas de delincuentes como VAN VAN, NG la Banda y las otras que llaman al desorden y a la violencia social desde el escenario, ni cubano es ni lo que tocan sirve, sino música marginal para una población también marginal, muy peligrosa para espacios cerrados por la riña tumultuaria a que acostumbran incitar desde la época del Salón Mambí; a fin de cuentas, la música de la nomenklatura para el “pueblo de Fidel y de Raúl”, decadencia viciosa que transportan hacia acá por los “beneficios altamente agresivos y perjudiciales contra el destierro” del Ajuste Cubano.
El son se quedó en Cuba, todavía es un exponente de rebeldía contra los obuses anticubanos de la horda inconsecuente y criminal; es el ritmo enlatado salsa, fundamental en los repertorios de los llamados salseros, que perdió la clase interpretativa en la Isla porque los “extranjeros” lo tocan mejor, con arreglos frescos, por mejores músicos y ni hablar de los cantante, obligatorio citarlo así.
¿Cúantos números de Formell, de Manolín, de Pablito, del Tosco o de cualquier otro fantoche “apolítico” han sido grabados por el Gran Combo, la Ponceña, Willie Colón, Oscar…? ¡Por algo será, eh! Porque esa gente le graba hasta a Obama y a Bin Laden si hay pronóstico de hit y abundancia de billetes.
El Septeto Nacional (foto), uno de los exponentes clásicos del ritmo, quedó como el conjunto “de viejos” que daba la imagen decadente y deplorable del pasado “peor” ante su similar “juvenil”, la expresión castro-comunista sin clase ni personalidad del Sierra Maestra, con su solista, voz de agudo hembra de total desencanto armónico, José A. Rodríguez.
Lo mejor, diría que lo único de estos 50 años de “oscuridad medieval” en lo artístico-musical bailable, ha sido el camagueyano Adalberto Alvarez, compadre de Rafael Itier, pianista y director del Gran Combo, que se mantuvo durante años componiendo en el estilo de Chapotín, Arsenio y René Álvarez, incluso interpretando números de estos compositores o de Lily Martínez con grupos como Son 14 o el suyo propio.
Tampoco Adalberto se pudo vacunar y lo que hace desde los últimos 10-20 años compite contra los otros en mediocridad.
Pero el bolero, sus letras, sus melodías eternas sí se fue de Cuba, porque “lo lírico es la expresión del sentimiento” y no es posible que prevalezca en grupos simuladores o arrastrados a los pies de quienes los desproveen de la capacidad de pensar, antiguo concepto de expresión de lo romántico a través de la letra de una canción.
En el caso del bolero, a pesar de que muchos exponentes del género fallecieron en la Isla, se puede aceptar con total justicia que sí se fue de Cuba, porque la lírica que hizo grandes a sus compositores se contaminó de tal forma que, después de 1960, ningún compositor del “feeling”, por ejemplo, creó algo ni parecido a lo que lograron durante el período republicano, a pesar de que todos los integrantes del movimiento que quedaron allá fueron simpatizantes del PSP (Partido Socialista Popular).
En medio de la total frustración, de la sequía de la fuente de producción, creadores como José Antonio o Portillo se mantuvieron interpretando sus viejas y exitosas melodías, mientras que Tania Castellanos, “compañera sentimental” de Lázaro Peña, hizo el ridículo supremo al querer competir contra la trova anticubana y oportunista, con un himno que reclamó la libertad de una terrorista americana: Angela Davis.


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