Paranormal: ¿por qué las cosas se pierden en tu casa? Fenómenos paranormales, Parasicología

Tomado de El Espejo Gótico Todos, en algún momento, hemos perdido algo en casa —llaves sobre todo, pero también otros objeto...


Tomado de El Espejo Gótico

Todos, en algún momento, hemos perdido algo en casa —llaves sobre todo, pero también otros objetos insustituibles, como el control remoto— cuya ubicación teníamos perfectamente identificada unos momentos antes.
Sin importar cuánto tiempo busquemos ese objeto, o dónde, aparecerá en el sitio menos previsible, y casi siempre cuando ya hemos dejado de buscarlo.
Esta experiencia es común a todos, tanto entre los despistados como entre los jactanciosos del orden: ciertos objetos desaparecen, resisten allanamientos minuciosos e interrogatorios a otros miembros de la familia. Su reaparición nos deja igualmente absortos: ahí estaban las llaves, precisamente en ese sitio en el que NO recordamos haberlas dejado.
Muchos le atribuyen esas desapariciones a la malicia de parejas rencorosas o a la desidia de familiares anárquicos, a quienes se los suele obligar a participar del rastrillaje. Los más distraídos acaso se responsabilicen a sí mismos, meneando la cabeza al encontrar las llaves en la heladera.
Sin embargo, la súbita alegría ante el hallazgo del objeto perdido no disimula nuestra perplejidad: algo ha ocurrido, algo extraño, ominoso, que por llegar tarde a nuestras ocupaciones diarias prescindimos de analizar en su debido momento, pero que aquí estudiaremos con sumo detalle.
Este tipo de experiencias en las cuales objetos pequeños en el hogar se extravían y reaparecen en sitios absurdos es conocido como Fenómeno del Objeto Desaparecido (Disappearing Object Phenomenon), o DOP. Típicamente, el fenómeno involucra a objetos de uso diario que siempre guardamos en el mismo lugar.
Cuando uno se dirige al sitio habitual de almacenamiento, por ejemplo, el gancho que pende de un cetáceo bulboso en el que colgamos las llaves, el objeto no está. La persona empieza a buscarlo, primero sin pensar demasiado en las causas de la desaparición, y luego con creciente alarma.
En este punto pueden ocurrir dos cosas:
a) Que el objeto sea encontrado pero en un lugar en el cual SABEMOS, con absoluta certeza, que NO lo hemos dejado.
b) Que el objeto no reaparezca en el momento, sino después, y justamente en el sitio en el que DEBERÍA HABER ESTADO en primer lugar.
También existe una tercera posibilidad, muy remota, por la cual ciertos individuos encuentran en su casa objetos que no recuerdan haber adquirido.
En una primera etapa, el individuo puede responsabilizarse a sí mismo de la desaparición:
—¿Dónde mierda habré metido las llaves?
O bien puede denunciar a otros, que por regla general juran no haber tenido participación en el extravío.
—¿Se puede saber dónde mierda pusieron mis llaves?
Muchos familiares —parejas incluidas— aprovechan la ocasión para poner de manifiesto el comportamiento atolondrado del sujeto, junto con otros reproches que no tienen vínculo con la investigación. En última instancia, persiste el mismo interrogante:
¿Qué ha ocurrido?
¿Qué fuerzas oscuras han intervenido en el asunto?
Al examinar el fenómeno debemos, en principio, eliminar las causas ordinarias, como el hecho de haber dejado las llaves en la puerta o el control remoto en esa región incierta —verdadero vórtice magnético— situada entre las almohadas o en los pliegues de la colcha.
Recién entonces, ya marginadas las posibles causas pedestres de la desaparición, podemos empezar a considerar posibilidades más inusuales. También será oportuno descartar otras explicaciones descabelladas, como la presencia de espiritus en casa, y en cambio centrarnos en nuestro cerebro, más específicamente en el Efecto Umbral.
Este fenómeno consiste en la experiencia de atravesar el umbral que separa una habitación de otra y descubrir que hemos olvidado lo que íbamos a buscar, o bien qué íbamos a hacer. En la mayoría de los casos se produce la siguiente dinámica:
Estamos, por ejemplo, mirando televisión en el dormitorio, cuando entonces resolvemos ir a la cocina por un bocado. Al llegar a esa dependencia nos sobrecoge la confusión: no podemos recordar qué íbamos a buscar en primer lugar. De hecho, solo recordamos que íbamos a buscar algo.
El fenómeno también abarca el universo lingüístico. En este caso, haciéndonos olvidar lo que íbamos a decir a continuación. A veces puede ser incluso una sola palabra la que se queda en la punta de la lengua.
Es entonces que, por casualidad, posamos la mirada sobre el objeto en cuestión, y entonces recordamos cuál era el propósito del viaje a la cocina; o bien alguien más pronuncia la palabra perdida y ésta regresa de repente a la memoria.
Pero el Efecto Umbral, que solo se produce al pasar de una habitación a la otra, también puede generar otros olvidos, entre ellos, el haber dejado un objeto en un sitio que no es frecuente.
La explicación para estos olvidos, o en el caso que nos ocupa, la misteriosa desaparición de objetos en casa, tiene que ver con un hecho concreto del cerebro: la memoria a corto plazo funciona más eficientemente en el contexto en el que se originó la información. A esto se lo conoce como Principio de Especificidad de Codificación (Encoding Specificity Principle).
Este principio establece que, para recuperar un dato específico de la memoria, el cerebro emplea la información concreta que ha almacenado —buscar un bocado en la cocina— pero también la información aportada por el entorno en el que se originó esa decisión, en nuestro caso, el dormitorio.
En otros términos: el cerebro recuerda mejor en el sitio en el que los recuerdos se imprimieron. Cuando cruzamos el umbral de una puerta el entorno cambia, y la memoria puede tener breves fallos,
Cada vez que tomamos una decisión, como ir por un bocado a la cocina, el cerebro evalúa su importancia inmediata de acuerdo a experiencias previas. Una vez que esto se establece se la mantiene en la memoria reciente, es decir, hasta que la vida útil de esa decisión finalmente expire. Y salvo que nos estemos muriendo de hambre, la decisión de ir por un bocado posee poco valor cualitativo.
Es decir que, si no resolvemos rápidamente aquello que habíamos decidido, el cerebro puede eliminar esa información por considerar que su utilidad ya ha expirado.
En menos palabras: el cerebro resetea la memoria de corto plazo constantemente. Y todo reseteo tiene un punto de restauración, que las neurociencias denominan Modelo de Eventos en la Representación de la Memoria. En este sentido, cambiar de entorno físico, yendo de un cuarto a otro, es el momento perfecto para que el cerebro borre los recuerdos adquiridos recientemente y cuya utilidad ya ha prescrito.
Lo mismo se aplica sobre las cosas que desaparecen en casa.
La decisión de buscar las llaves —o el evasivo control remoto— nos conducirá siempre al sitio en el que el cerebro SABE que deberían estar.
Incontables experiencias previas le indican que esos objetos están ahí, aún cuando en cierto momento las hayamos cambiado voluntariamente de sitio, o bien otros nos hayan informado de una nueva ubicación.
El cerebro guarda esos cambios en la memoria reciente, la cual, como vemos, posee fecha de vencimiento.

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